Prado, más allá de zombis y fantasmas

(Qué le deparará el “destino” al único barrio patrimonial de Medellín)

La Casa Holguín, sobre la carrera Palacé. Foto Spitaletta

Por Reinaldo Spitaletta

Según como el barrio va, se ha creído que podrían tumbarlo. Echarlo a pique, arrasarlo a pico y pala, o tal vez con dinamita, y por qué no, volarlo todo, ya que ninguna administración reciente se ha puesto seria con un barrio único, irrepetible, asombroso, que parece no importar a nadie, digo de los que mandan, o que mueven influencias. Y quizá, después de tantos usos y abusos, descuidos e indiferencias, habrá que volverlo trizas. El deterioro avanza, lento, seguro, sin pausa. Lo habitan, además de los fantasmas góticos, algunos zombis, que aumentan en número y enajenación.

Fue un barrio de ricos. Prado rico, le llegaron a decir. Un barrio bien planeado, a la usanza de la “ciudad jardín” parisina, con criterios ambientales, con urbanismo. Y arquitectura. Casas de arquitecto. Y de buenos maestros de obra. Con casas, o casonas algunas de inmensidades inconcebibles, cada una al antojo de su dueño, de su diseñador, ninguna parecida a otra. Lo pensaron no a maneras rectangulares, rígidas, sino con curvas, con suavidades en esquina, con ochavas o chaflanes. Curvas en entejados, en rejas de hierro forjado, en balcones, hasta en escaleras.

Con calles anchas, algunas de hasta dieciséis metros, con antejardines, con árboles pensados para perfumar el barrio, sombrearlo, proponerle otros vientos, ah, sí, un barrio que se creó porque había que buscar nuevos vientos, algunas de las corrientes eólicas que venían desde el Pandeazúcar, otras del norte, y se encontraban ahí, entre guayacanes amarillos y lilas, entre pimientos y cascoevacas, mangos y cadmios, y sin faltar el falso laurel ni las acacias. Por ahí, en jardineras, también había jazmín de la noche. Olía bien todo.

La casa Walsingham, en Balboa con Belalcázar. Foto Spitaletta

Una miscelánea con orden y estética. Palacetes a la egipcia, caserones eclécticos, con mezclas neoclásicas, Art Nouveau, Bella Época, Art Deco, arcos góticos, portones y contraportones, patios y solares. Una dicha a la vista, un llamado a caminarlo, a recorrerlo para la observación y el placer. Atraedor de “caminantes con criterio” o flâneurs a la criolla. Barrio de frescuras y vida interior, sí, porque tanta amplitud y comodidad de las viviendas, daba para llevar una vida interior plácida, una relación con el adentro, con lo doméstico, más que con lo público.

Era un barrio de ensueño, como lo dijo y lo pensó seguramente Ricardo Olano. Un barrio bonito que, en la medida en que la ciudad abonaba crisis sociales, empresariales y de otra índole, se iba ahumando, contaminando incluso con los exostos de buses al abrirse por allí nuevas rutas, se iba quedando solo. Hubo una generación, o tal vez dos, que creció allí y vio envejecer a sus padres en inmensos caserones, que de a poco se iban quedando en soledad.

Unos se murieron, otros se fueron, algunos se quedaron porque ese era su barrio, único, la pequeña y gran patria que puede ser la casa, la calle, un sector urbano, el canto de pájaros. Lo que era una vivienda, con extensiones hasta de dos mil metros cuadrados, se transformó en clínica, en convento, en manicomio, en taller de ebanistas, en sedes sindicales… Luego, con más informalidades, con más pobrezas de aquí y de allá, hubo hermosas edificaciones que se metamorfosearon en inquilinatos, en asilos de ancianos, en uno que otro burdel.

La rapacidad de constructores, de negociantes, de otros que también negocian y se lucran de los discursos del patrimonio, convergió en Prado. Al que ya le habían agregado, de modo arbitrario, a su nombre original el de “Centro”, que más que todo se refería a una ruta de buses. Hasta en su nombre hubo adulteraciones. Atrás iban quedando los días de 1926, cuando el barrio comenzó a construirse, a crecer, a ser en Medellín una novedad, una atracción y también una expresión de ricos esnobistas.

La primera casa que por estas coordenadas hubo fue la del señor Joaquín Cano, en lo que es la esquina de Palacé con Darién. Se transmutó luego en residencia de estudiantes de la Universidad de Antioquia y, en 1957, con diseños de Nel Rodríguez (que también construyó allí su propia casona) se levantó la iglesia del Espíritu Santo, con su blancura y su enorme trinitaria o curazao rosado. Es que para los viejos habitantes, de los primeros, que allí conocieron sus primeras arrugas y canas, la Catedral Metropolitana ya les quedaba muy lejos.

Esquina de Sucre con Miranda. El Palacio Egipcio y un basurero. Foto Spitaletta

El silencioso barrio, en el que había concierto de pájaros y en tiempos más recientes de guacamayas y loras, con su belleza envejecida, se quedó sin sus antiguos habitantes (lo dicho: solo algunos se empecinaron en continuar allí), abrió casonas a grupos teatrales, a talleres de arte, a organizaciones no gubernamentales, y así por el estilo, un estilo que cambió de ayer a hoy, aunque se preservan, contra viento y marea, las hermosuras de muchas vetustas locaciones.

El barrio ya no perfuma, porque predomina el hedor a meados, a excrementos, a basuras putrefactas. Hay esquinas deplorables, con acopios de residuos. Alguna vez, en su arteria fundamental (Palacé), la que Olano declaró como la principal que pasaba por el parque Berrío, se prolongaba y se convertía en Prado en una mezcla de maravilla de todas las fachadas, se pusieron canequitas brillantes para la basura y se pintaron sus frentes, en una situación de exhibicionismo oficial, de apariencias inanes. Los tinacos se esfumaron, lo mismo que los avisitos de letras doradas de organizaciones como hospitales, uno que otro negocio, sedes de ballet y de comités de filantropía. Sin inversión social ni cultural no pegan ni “pinturitas” ni tachos por brillantes que sean.

El guayacán, un símbolo del barrio Prado. Foto Spitaletta

Es, desde otra perspectiva, un barrio propicio para las historias góticas, con casas que albergan su propio fantasma. Un barrio con calles desoladas como Balboa, que me parece la más solitaria de todas, aunque por ahí pase el Circular y caminen algunos visitantes de la Clínica Vida. Con el nombre de sus calles y carreras se pueden contar historias de Antioquia, de la ingeniería, de batallas independentistas, de hombres epónimos, de bárbaros “descubridores”, de algún importante general argentino, de próceres y países y ciudades.

Con todas sus máculas y desafines, es un barrio con identidad, con historia, con carácter. Sin embargo, parece tener más enemigos en la oficialidad que amigos. Y seguro habrá rapaces constructores con sus garras dispuestas a arrasar al único barrio patrimonial de Medellín, al menos así lo califica una declaración (que parece ser la que lo ha salvado de la devastación definitiva). La demagogia al respecto no cesa. Cambia según los camaleones de turno.

En los últimos tiempos se sienten en su geografía de lomas, en su paisaje de arquitecturas únicas en la ciudad, movimientos de inversionistas que quieren dar otras dinámicas al sector. Se habla ya de hoteles de categoría, de salones múltiples en los que la cultura se combine con negocios, de posibilidades para la gastronomía y la buena mesa. Hay también, y parece crecer el hálito, nuevas presencias que abogan por la estética, el arte, el encuentro de ciudad.

Prado, tan abandonado por los ojos municipales, por las políticas patrimoniales, y tan asediado por demagogos, sigue debatiéndose entre las posibilidades y una realidad que agobia. Sirve, eso sí, por lo que todavía conserva de un pasado espléndido, para soñar, para imaginarlo entre lo residencial (que puede ser cada vez menor) y las presencias culturales, algún museo, más academias, bibliotecas, galerías de arte…

Por ahora, los guayacanes amarillos siguen pintando cada tanto las calles y antejardines del barrio, y pese a los hedores de berrinche y “damier”, hay en su atmósfera un misterio atrayente y una vista que evoca antiguos brillos. ¿Lo volarán? ¿Se salvará Prado?

(Escrito en Medellín en un domingo canicular de febrero, 18-02-2024)

Teatro Prado-Águila Descalza, una de las joyas del barrio. Foto Spitaletta

Publicado por Reinaldo Spitaletta

Bello, Antioquia. Comunicador Social-Periodista de la Universidad de Antioquia y egresado de la Maestría de Historia de la Universidad Nacional. Presidente del Centro de Historia de Bello. Docente-investigador de la Universidad Pontificia Bolivariana. Es columnista de El Espectador, director de la revista Huellas de Ciudad y coproductor del programa Medellín Anverso y Reverso, de Radio Bolivariana. Galardonado con premios y menciones especiales de periodismo en opinión, investigación y entrevista. En 2008, el Observatorio de Medios de la Universidad del Rosario lo declaró como el mejor columnista crítico de Colombia. Conferencista, cronista, editor y orientador de talleres literarios. Ha publicado más de veinte libros, entre otros, los siguientes: Domingo, Historias para antes del fin del mundo (coautor Memo Ánjel, 1988), Oficios y Oficiantes (relatos, 1990), Reportajes a la literatura colombiana (coautor Mario Escobar Velásquez, 1991), Café del Sur (coautor Memo Ánjel, 1994), Vida puta puta vida (reportajes, coautor Mario Escobar Velásquez, 1996), El último puerto de la tía Verania (novela, 1999), Estas 33 cosas (relatos, 2008), El último día de Gardel y otras muertes (cuentos, 2010), El sol negro de papá (novela, 2011) Barrio que fuiste y serás (crónica literaria, 2011), Tierra de desterrados (gran reportaje, coautor Mary Correa, 2011), Oficios y Oficiantes (edición ampliada con nuevos relatos), 2013; Viajando con los clásicos (ensayo, coautor Memo Ánjel), 2014; Escritores en la jarra (libro de ensayos y artículos), 2014. Historias inesperadas (crónicas) 2015; Las plumas de Gardel y otras tanguerías (crónicas y reportajes, 2015); Macabros misterios y otros ensayos (2016); Tango sol, tango luna (ensayos y crónicas, 2016); Sustantiva Palabra (ensayos literarios, 2017); Balada de un viejo adolescente (novela, 2017); Tiovivo de tenis y bluyín (narrativa periodística, 2017), Fútbol: vida, trampa y milagros (2018), Medellín, ¡cómo te siento! (2019). En 2012, la Universidad de Antioquia y sus Egresados, lo incluyeron en el libro titulado “Espíritus Libres”, como un representante de la libertad y de la coherencia de pensamiento y acción.

Un comentario en “Prado, más allá de zombis y fantasmas

  1. es ridículo tratar de dejar un comentario..cuando las palabras sobran ..En un Medellín sin identidad alguna ahora….antes . Si…

    laureles

    el poblado

    el Centro

    prado……Medellín fue Bellísimo ..ya no hay nada…nada.. es inútil tratar de decir..cómo al mundo . .(con su crisis climática)…que se puede salvar . .

    y no maltratemos a los animales ..que ni decir que ya es de las ratas.. pobres animales …y pobres animales(los otros…)

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