En agosto nos vemos, novela que debió quedarse inédita

(La obra de García Márquez resbala, se tambalea y cae en la desilusión)

Por Reinaldo Spitaletta

Las campañas de expectativas, tremendistas y todo, que precedían a la publicación de una obra de García Márquez eran un ejemplo categórico para las escuelas de publicidad sobre cómo anunciar una mercancía (en este caso, cultural) y removían con intensidad a la gente, que respiraba con agitaciones a la espera del lanzamiento mundial. La calidad del “producto”, que era oro en polvo, justificaba toda aquella barahúnda publicitaria, que tuvo reacciones de pesar y otras lamentaciones con la novela Memoria de mis putas tristes, floja y sin la gracia portentosa de su autor.

Hasta los ladrones sabían que asaltar algún camión con libros del narrador prodigio era una posibilidad de ventas garantizadas, como ocurrió, en 2002, con el robo, en México, a dos camionetas que transportaban cajas con las memorias de García Márquez (otro texto que también tiene sus bemoles e inconsistencias). La escritura, las historias, los modos de adjetivar, el estilo, más otras cualidades literarias hicieron del Nobel colombiano un imprescindible para los montones de lectores.

Desde los ya remotos tiempos de Ojos de perro azul, pasando por La Hojarasca y la corta, intensa y bien narrada El coronel no tiene quien le escriba, junto a cuentos y otras novelas, García Márquez alcanzó el paraíso de los escritores con Cien años de soledad, publicada en Buenos Aires en 1967. Incluso, con la que la siguió, El otoño del patriarca, un experimento con el estilo y el lenguaje, tiene sus maravillas, aunque, como se sabe, no es del todo del gusto de algunos de sus lectores.

Y digamos que hasta la publicación de Memoria de mis putas tristes, obra con altibajos, el papá de Macondo alcanzó las cúspides de la creación artística y se volvió un referente mundial del buen escribir. Con los años, la enfermedad (la enferma-edad, que decía Roa Bastos), fue haciendo mella en sus facultades de alucinante escritor. Y todos esos vacíos, se advierten en la muy promocionada (especialmente por sus dos hijos, y, desde luego, por Ramdom House) En agosto nos vemos, una pieza que el mismo autor definió, en una suerte de acta de defunción, como “Este libro no sirve. Hay que destruirlo”. Pero, puede ser, como fue, que a Rodrigo y Gonzalo García Barcha, los hubiera absorbido el dicho deleznable de “plata es plata”.

El tinglado universal se montó, con luces y sonidos, con todas las parafernalias propicias para una venta masiva con traducciones a varias lenguas de una creación que ya a su propio autor, en los momentos de lucidez que le dejaba la enfermedad (otra peste del olvido), le pareció que no valía la pena y había que archivarla. “Tiene algunos baches y pequeñas contradicciones, pero nada que impida gozar de lo más sobresaliente de la obra de Gabo”, dicen en el prólogo los herederos de GGM. Dicen, así no más, que en “un acto de traición, decidimos anteponer el placer de sus lectores, a todas las demás consideraciones”. Sí, claro, plata es plata, carajo.

El día en que Gabo (ya dicen algunos muy emperifollados o emperejilados que no se puede referir de ese modo al escritor, que tanta confiancita sobra y de ese modo esa designación se torna fetiche y no sé qué otras vainas), bueno, el día en que se cumplía el onomástico del escritor, se realizó el lanzamiento mundial de En agosto nos vemos, el 7 de marzo de 2024. Luces, cámaras, acción. Que “Gabo nos perdone”, anotaban en el prólogo los García Barcha. Sus bolsillos ansiosos, seguro vibraban y cantaban. Todo es posible en Macondo.

Claro que hay En agosto nos vemos trazas del genio garciamarquiano, como “la poesía del lenguaje”, “la narrativa cautivadora”, palabras de sus hijos. Pero, también, hay otras cosas que ya hacen ver tembloroso el estilo, vacíos protuberantes, frases desgraciadas. Podría advertirse que no es una estructura novelística, de las tantas que hay y habrá. Son cuentos amarrados por un personaje, Ana Magdalena Bach y sus aventuras anuales de visitas funerarias al cementerio donde yace su madre y el encuentro cada vez, en lo posible, con un sujeto desconocido que la haga sentir otras emociones, propias de la adúltera. Como tema es fascinante.

Sin embargo, el acabado no estaba listo. Faltaba repellar, más obra blanca, ajustes que fueran más allá de decir “madre otoñal”, “terror delicioso” y “glande de seda”. El primer capítulo, que puede ser el mejor de todos (también se dirá que el menos malo), con una estructura de cuento y con asuntos que no lo hacen tan previsible, como los otros cinco. Además, como en menor medida se da en los otros, hay siempre un libro que es una incitación al lector a ir a él, para leerlo por primera vez o releerlo, como puede pasar, sobre todo, en el suceso con el libro Drácula, de Bram Stoker, en el que el hombre que tenía un “tenue olor de lavanda”, le deja a Ana Magdalena, entre las páginas 116-117, veinte dólares por lo que pudo él haber considerado como “servicios prestados”.

Podría recordarse aquí que en esa página está la parte cuando Drácula llega a Londres transformado en perro. En la edición de Drácula, de Plaza y Janes, de 1975, está, en efecto, ese episodio cuando surgió de la cala de la goleta que ya había tocado orilla, “un perrazo enorme, que saltó sobre el puente…”. En ese primer cuento, como venimos diciendo, se expresa además de parte de Ana Magdalena, un desacuerdo con Francis Ford Coppola porque lo cambia en su película extraordinaria sobre la romántica fantasía gótica de Stoker.

La lectura de En agosto nos vemos produce cierto desasosiego, o, para decirlo con otro término del libro, reconcomio, porque se nota que se quedó a medias, que pudo haber sido, pero no fue, una obra a la altura del genio de Aracataca. Chévere, sí, como consecuencia (y ya entrados en gastos), que el lector vuelva con entusiasmo por las páginas de autores como Daniel Defoe, Ray Bradbury, por ejemplo, o se dedique a buscar cómo es un “papada renacentista” o un “bigote de senador”. Bacano también, por qué no, que después de navegar por “el sopor ardiente de la laguna” o dejarse tocar por “el alba azul”, el lector escuche (es obvio que tendrá que ir a Bach), por ejemplo, a Schubert y Mozart, que vuelva a escuchar al glorioso intérprete del chelo, el gran Mstislav Rostropóvich, o se dé cuenta como sonaba una obra del romántico Chausson.

Sí, claro. Hay atmósferas, situaciones garciamarquianas, asuntos muy del bagaje estilístico del escritor, frases como “el mar era un remanso de oro bajo el sol de la tarde”, pero ese narrador de respiración entrecortada, vacilante, no es García Márquez. Había que hacerle caso: “este libro no sirve”. Flaquea, cojea, no se acaba de componer. Así que lo más justo, era dejarlo inédito. Pero, lo dicho, “plata es plata”, y la “traición” se consumó, porque, ya lo enunció Shakespeare, el oro es la vil ramera de los hombres.

(Escrito en Medellín el domingo 24 de marzo de 2024, alejado de ramos y procesiones)

Mural en honor a García Márquez, en Santa Marta. Obra de Melquin Merchán Viloria

Publicado por Reinaldo Spitaletta

Bello, Antioquia. Comunicador Social-Periodista de la Universidad de Antioquia y egresado de la Maestría de Historia de la Universidad Nacional. Presidente del Centro de Historia de Bello. Docente-investigador de la Universidad Pontificia Bolivariana. Es columnista de El Espectador, director de la revista Huellas de Ciudad y coproductor del programa Medellín Anverso y Reverso, de Radio Bolivariana. Galardonado con premios y menciones especiales de periodismo en opinión, investigación y entrevista. En 2008, el Observatorio de Medios de la Universidad del Rosario lo declaró como el mejor columnista crítico de Colombia. Conferencista, cronista, editor y orientador de talleres literarios. Ha publicado más de veinte libros, entre otros, los siguientes: Domingo, Historias para antes del fin del mundo (coautor Memo Ánjel, 1988), Oficios y Oficiantes (relatos, 1990), Reportajes a la literatura colombiana (coautor Mario Escobar Velásquez, 1991), Café del Sur (coautor Memo Ánjel, 1994), Vida puta puta vida (reportajes, coautor Mario Escobar Velásquez, 1996), El último puerto de la tía Verania (novela, 1999), Estas 33 cosas (relatos, 2008), El último día de Gardel y otras muertes (cuentos, 2010), El sol negro de papá (novela, 2011) Barrio que fuiste y serás (crónica literaria, 2011), Tierra de desterrados (gran reportaje, coautor Mary Correa, 2011), Oficios y Oficiantes (edición ampliada con nuevos relatos), 2013; Viajando con los clásicos (ensayo, coautor Memo Ánjel), 2014; Escritores en la jarra (libro de ensayos y artículos), 2014. Historias inesperadas (crónicas) 2015; Las plumas de Gardel y otras tanguerías (crónicas y reportajes, 2015); Macabros misterios y otros ensayos (2016); Tango sol, tango luna (ensayos y crónicas, 2016); Sustantiva Palabra (ensayos literarios, 2017); Balada de un viejo adolescente (novela, 2017); Tiovivo de tenis y bluyín (narrativa periodística, 2017), Fútbol: vida, trampa y milagros (2018), Medellín, ¡cómo te siento! (2019). En 2012, la Universidad de Antioquia y sus Egresados, lo incluyeron en el libro titulado “Espíritus Libres”, como un representante de la libertad y de la coherencia de pensamiento y acción.

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