(La cancha de Fabricato, un hombre que cae electrocutado y las glorias del fútbol amateur)
Por Reinaldo Spitaletta
El partido entre el DIM y Nacional acaba de empezar, en medio de una gritería de aficionados apretujados en la única tribuna, la occidental, de la cancha de Fabricato. El resto del gentío se “acomodó” (es un decir) detrás de las mallas de las porterías norte y sur, y los otros por el lado del campo de juego que limitaba con la autopista norte. Llegué cuando ya no había ni un resquicio y todo era tumultuoso.
Curiosos o noveleros, además de hinchas, se amontonaban por doquier. No sé porqué me dio por mirar hacia un enorme manga (quizá porque desde donde estaba, no se veía nada del partido), en la que había “sembradas” torres metálicas de energía. Vi cómo una especie de hormiguero humano trepaba por el entramado. Muy arriba ya iba un desbocado escalador, que desde mi posición se notaba más bien borroso. El partido seguía en medio del connatural alboroto. Después, con el fondo azul del cielo, vi la figura patética que caía, incendiada, y en un dos por tres toda la torre se desocupó.
Un hombre había caído, en llamas, electrocutado. Más tarde, tal vez por las noticias radiales, se supo que era un albañil. No supe de quién era hincha. Y aunque en una reseña breve de prensa salió su nombre, ya lo he olvidado. Era a principios de la década del setenta. Muchos de los que estaban en la torre, se esfumaron por la autopista, seguro con el pelo erizado y el corazón latiendo a velocidades de desespero y susto. El partido, que era con alineaciones de reservas, prosiguió como si nada hubiera ocurrido.
Este recuerdo lejano ha vuelto a mi memoria porque, hace apenas unas horas, vi un aviso de curaduría que advertía sobre el destino de la que fue, hace años, una de las canchas más importantes del Valle de Aburrá, en tiempos de la industrialización, de los barrios obreros, del fútbol aficionado y de las chimeneas. Fabricato, para los días en que el hombre de fuego cayó desde las alturas mortales, todavía era boyante y, en Bello, ciudad proletaria, buena parte de la población caracterizaba a esa factoría textilera como una suerte de divinidad. “Dios y Fabricato”, se llegó a decir.
La empresa, creada en 1920 y cuyas labores fabriles se iniciaron tres años después, tenía, entre sus políticas de bienestar obrero no solo la de crear vivienda para sus trabajadores, sino la de impulsar la práctica de deportes. En la década del cuarenta se fundó el barrio San José Obrero, de amplias calles y cómodas casas, con valor ambiental, arborización y, después llegó la hechura de una cancha exuberante, con tribunas, medidas adecuadas, junto a una iglesia y cerca al trazado que, a fines de los cincuenta, sería la Autopista Norte.
Bello, que era tierra de obreros y de fútbol, de mangas y otros potreros, de quebradas y balnearios, tenía un “estadio” en el que, durante varios años, se vieron cotejos de alta efervescencia, cuando casi todas las empresas tenían su equipo de fútbol amateur, participantes en un torneo que, en rigor, producía más emociones y tenía más calidad que el mismo fútbol profesional. La cancha de Fabricato (junto con la de Pantex) se erigió como una especie de símbolo popular del buen fútbol.
Para otros torneos, y para el fútbol recreativo, estaban en Bello canchas y mangas como las de Niquía, Santa Ana, la manga del Taller, la manga Elena y muchas más. Lo dicho: había solares, mangones, potreros, baldíos, y en cualquier parte se podía jugar un picado o un partido de alguna liga. La de Fabricato era como decir el Maracaná bellanita.
Uno de hecho jugaba en la calle, en un solar (que había tantos que el dicho popular lo demostraba: “dura más que un solar en Bello”), en canchas como las ya mencionadas, pero hacerlo en la de Fabricato era como una graduación. Allí, en 1971, jugué un intercolegiado, como puntero derecho de la selección del Liceo Roberto Jaramillo (el más cercano a esa cancha de caché). Allí entrenábamos y nos daban las clases de educación física (también en la manga de La Madera).
Y ahí, en esa cancha con tribuna de sombra, alma de un barrio de trabajadores textileros, el equipo de Fabricato, dirigido por el uruguayo José Saule, se convirtió en un referente exquisito del fútbol aficionado (se decía amateur). Los fines de semana esa cancha era un reverbero en los “clásicos” Fabricato-Vicuña, Fabricato-Sulfácidos, Fabricato-Pantex (era el clásico local), etcétera.
Después, con la decadencia de las industrias, las recesiones causadas por las aperturas económicas y la consecuente muerte de muchas empresas, Fabricato vendió la cancha a la caja de compensación familiar Comfama, que la subdividió y puso en ella microcanchas. Ya aquel particular estadio bellanita, de empresa privada, iba desapareciendo de los imaginarios colectivos y poco significaba entre las nuevas generaciones.
Las metamorfosis sufridas por las industrias, casi todas ya muertas, fue pasar de las chimeneas fabriles a la erección de supermercados de grandes superficies, centros comerciales, centros de moda… Los no-lugares así llamados por el francés Marc Augé. Un avisito que he visto apenas hoy, me cuenta que la cancha que fue de Fabricato, aquella con tantas historias y gambetas y atajadas y gritos, se esfumará ahora sí para siempre por la construcción de un complejo comercial.
Parece que una cancha, un parque, un parque-biblioteca, un campus cultural, en fin, no es rentable. Lo mismo que no lo es, según los deleznables criterios del neoliberalismo ramplón, construir un museo de una artista emblemática. Eso no da dinero (y parece que tampoco da votos). La práctica del deporte es parte de la cultura, de la educación física, de la convivencia y de la construcción de solidaridades y sentido del otro.
Cuando vi el avisito deplorable de la conversión de unas canchas en un “complejo comercial”, no solo recordé los golazos de un tiempo añejo y ya parte de una nostalgia, sino la figura calcinada, bajo un cielo ardiente, que se precipitaba hacia la nada, mientras dos equipos con sus alineaciones de reservas disputaban un cotejo en la todavía “gloriosa” cancha de Fabricato. Chau, no va más, como en un tango.
(Escrito en Medellín, el 8 de enero de 2024, con buena brisa y cielo azul)
Hola maestro Espitaleta, que buen escrito, me llenó de nostalgia, por lo que fue la cancha de Fábricato para los que vivimos este espacio.
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Muchas gracias, Carlos. Qué nostalgia. Saludos
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