LOS SUBRAYADOS DEL TREINTAIUNO DE DICIEMBRE

(Un recuerdo de Stefan Zweig, Curzio Malaparte y Los corraleros de Majagual)

Viejas lecturas que vuelven, como la música, en el último día del año. Foto Spitaletta

Por Reinaldo Spitaletta

Es un día como cualquier otro, al menos en apariencia. Solo que distinto, porque nos acostumbramos a dividir el tiempo, a fragmentarlo y ponerlo en estancos. Puede ser que esa categoría que llamamos con tanta prosopopeya “el tiempo”, sea solo una ilusión, una creación imaginaria, o, como lo es, en efecto, un constructo. Igual, hoy es un día como otros, pero con una sensación de finitud de algo, de agonía, de una especie de culminación. El fin. También, por qué no, pudiera ser un principio, todo final puede encarnar un comienzo. No siempre. O sí: siempre, ¿verdad?

Para los que ya hemos recorrido un buen tramo de almanaques, incluido el Bristol, un día como hoy, el último, o el primero, quién sabe, es una posibilidad de atender a la señal asfáltica de “Pare”, o seguir de largo, aunque el semáforo esté en rojo. O, como en una balada-tango, tenga tres luces celestes, las mismas que nos alejan de las convenciones. Puede ser, quién sabe, el 31 de diciembre es un día para despertar nostalgias, lo que no resulta muy conveniente, ni tal vez sea muy terapéutico. Para algunos, no sé cuántos, es un día, sobre todo una noche, para lloriqueos o para el ejercicio popular de la imaginación, los deseos (algunos muy reprimidos), los afectos ebrios y los besuqueos con babita y todo.

Esta mañana, por ejemplo, me dio por revisar viejos libros. A ver cuáles frases estaban subrayadas. Me detuve un rato en uno, del cual tengo varias ediciones, de Stefan Zweig, un escritor que me acompaña desde hace muchos años, en particular porque, con deseo instructivo o no, un tío nos lo hizo conocer, al menos en algunos de sus títulos, entre los que había novelas, biografías, historia… Iba a quedarme más tiempo en la revisión de otro, que es un mamotreto de alta literatura, como es La montaña mágica, de Thomas Mann, que leímos en voz alta en casa, y que hace años me dio mucha dificultad encontrarle el ritmo, el tono, los significados, ni siquiera cuando leímos las conferencias de Estanislao Zuleta sobre esa novelaza, en fin, pero no continué con ese ejercicio de fin de año. Me llamó más la atención uno de Zweig: El mundo de ayer.

Stefan Zweig, escritor austríaco.

En la soleada mañana del 31, viendo al desgaire por un ventanal fragmentos de cielo azul, abrí El mundo de ayer. Su lectura, hace años, me transmitió no solo una idea de Europa (a lo Steiner), sino una pesarosa visión de lo que sucedió a un continente que inventó civilizaciones excelsas, pero también las más agresivas barbaries. Recuerdo que aquella lectura, ya distante, me ocasionó pesares, creo que solté algún lagrimón en determinados pasajes, y se me atascó la garganta. Mejor dicho, había que tomarse una copa de vino (“¿y por qué no de guaro?”, dirá alguno) a ver si no era tan doloroso aquel panorama de brillos intensos y caídas estrepitosas.

En sus inicios, en lo que se llama como una disculpa, pretexto o justificación, en el prefacio, Zweig, con toda su modestia, que es virtud de los que saben mucho y no quieren demostrarlo, se apenaba por mostrar su “yo”, por hablar de sí mismo, de su Viena, de su país que en buena parte del siglo XIX era una luz estelar de música, literatura, pensamiento, debates, diversiones, incluso sin muchos abismos entre burgueses y proletarios, entre nobles y plebeyos, y digo que iniciando esa justificación, quizá innecesaria, una de las frases subrayadas (había muchas, casi todas las páginas con subrayas azules, negras, rojas, según las tintas de los lapiceros a mano), dice de modo perentorio: “He sido testigo de la más terrible derrota de la razón y del más enfervorizado triunfo de la brutalidad”. Una hecatombe moral, un desastre espiritual, que, como sabemos, mandó a la muerte a millones y millones de seres humanos bajo una catastrófica sinrazón. La caída de la humanidad en una barbarie (otro subrayado) como no se había visto en tiempos… (de bárbaras naciones).

Era un ejercicio rápido de treintaiuno de diciembre, cuando, si se quiere, se pueden hacer balances de lecturas de año, de alguna creación, de cómo invertimos el tiempo, esos 365 días a punto de fenecer. Antes de sumergirse en la oscuridad (palabras suyas), Zweig dejó una constancia de un tiempo de luz y otro de sombra, negrura oscura abismal. Nos introdujo en aquellos días, ya no sé cuáles (ha pasado bastante tiempo), en Viena, en la ópera, en los teatros, los compositores, en Mahler, en Brahms… y más adelante, en los cafés vieneses… en Napoleón Bonaparte, después en una ciudad que se quiere como ninguna otra, París (la  de los diez mil cafés), luego Londres…

El mundo de ayer me sumergió, con honda tristeza, sí, no sé a cuánta profundidad puede descender uno con la tristeza, cuando llegamos al fin de año con una desgracia que parece una sucesión de aquellas brutalidades, me sumergió, digo, en la tristeza del genocidio del pueblo palestino de parte del Estado de Israel. En El mundo de ayer está, descrito por la pluma eficaz de Zweig, su encuentro con el “Rey de Sión”, con Theodor Herzl… En ese libro-memoria hay una profunda bondad del autor, una admiración sincera por otros artistas, un repaso de sus fuentes, de su origen, de lo que le esperaba al mundo en manos del nazismo…

La simbólica Torre Eiffel. Los nazis, durante la ocupación a Francia, colgaron allí símbolos del Tercer Reich. Foto Spitaletta

Seguí buscando otros libros, y de pronto, cuando puse el disco de la Novena Sinfonía, en una versión dirigida por Alberto Lizzio (digo que tengo otras versiones, tal vez, mucho más tremendas), encontré (tampoco lo estaba buscando) a Kaputt, edición de Plaza y Janés, viejísima, que es el libro de la cruel alegría. Qué escritor y periodista era Malaparte. Qué horror había en la mirada de Himmler y, a su vez, qué timidez. Brinqué páginas y me topé con la secta de los Scoptzi: “se casan muy jóvenes y, después del nacimiento del primer hijo, se castran”. Ah, Kaputt es un vocablo que proviene del hebreo kopparoth, que significa víctima. Ahí tienen pues las cosas que uno repasa por ser treintaiuno de diciembre y estar buscando subrayados en libros de viejas lecturas y en músicas como la que ahora suena en mi equipo de sonido: Also sprach Zarathustra, de Richard Strauss. (Debería poner ya a Los Corraleros de Majagual).

En realidad, todo esto puede ser un proemio para escuchar, más tarde, un clásico de fin de año: La víspera de año nuevo, de Guillermo Buitrago. Y mientras se aproxima ese momento cumbre, una pista me ha llevado a buscar un librito de Antonio Gramsci sobre la cultura, pero me topo es con un artículo suyo sobre Il capodanno, sobre el odio que el intelectual italiano profesaba al año nuevo, a su festividad artificiosa. Se publicó el 1º de enero de 1916, en pleno desarrollo de la Gran Guerra.

Guillermo Buitrago

El artículo, publicado en Turín, en el periódico Avanti!, comienza así: “Cada mañana, cuando me despierto otra vez bajo el manto del cielo, siento que es para mí año nuevo. De ahí que odie esos año-nuevos de fecha fija que convierten la vida y el espíritu humano en un asunto comercial con sus consumos y su balance y previsión de gastos e ingresos de la vieja y nueva gestión.”

En este momento, de los últimos de 2023, el cielo de Medellín sigue azul, con una que otra nubecita. Por mi cuadra hay silencio. Espero que dure. En casa, los perritos, Lucas y Ash, dormitan. Ya están preparados con tranquilizantes naturales para los próximos estallidos que dan camino a 2024. No odio el año nuevo, pero tampoco está dentro de mis afectos más protuberantes. No sé si todavía la gente, a medianoche, salga a dar la vuelta a la manzana cargando una maleta, o tire tres papas bajo la cama (una pelada, otra semipelada, la otra sin pelar y al azar, en la penumbra, con los ojos cerrados, sin hacer trampa, meta la mano y saque una, así será su año que llega en cuanto a fortuna), o ponga la lagrimeante (y edípica) canción de Faltan cinco pa’ las doce o le dé, como se estilaba hace años, por recitar esa vaina etílica de El brindis del bohemio.

Tal vez, mientras esté más tarde escuchando a Buitrago, y después a Tony Camargo con El año viejo, de Crescencio Salcedo, me dé por recordar a mi tío Benjamín, aquel que, hace muchos años, nos hizo conocer algunos libros de Stefan Zweig.

Por si acaso, El mundo de ayer termina así: “Pero toda sombra es, al fin y al cabo, hija de la luz y sólo quien ha conocido la claridad y las tinieblas, la guerra y la paz, el ascenso y la caída, sólo este ha vivido de verdad”.

(Escrito en Medellín, el último día de 2023. ¡Feliz año!)

Fuegos artificiales en celebración del Año Nuevo

Publicado por Reinaldo Spitaletta

Bello, Antioquia. Comunicador Social-Periodista de la Universidad de Antioquia y egresado de la Maestría de Historia de la Universidad Nacional. Presidente del Centro de Historia de Bello. Docente-investigador de la Universidad Pontificia Bolivariana. Es columnista de El Espectador, director de la revista Huellas de Ciudad y coproductor del programa Medellín Anverso y Reverso, de Radio Bolivariana. Galardonado con premios y menciones especiales de periodismo en opinión, investigación y entrevista. En 2008, el Observatorio de Medios de la Universidad del Rosario lo declaró como el mejor columnista crítico de Colombia. Conferencista, cronista, editor y orientador de talleres literarios. Ha publicado más de veinte libros, entre otros, los siguientes: Domingo, Historias para antes del fin del mundo (coautor Memo Ánjel, 1988), Oficios y Oficiantes (relatos, 1990), Reportajes a la literatura colombiana (coautor Mario Escobar Velásquez, 1991), Café del Sur (coautor Memo Ánjel, 1994), Vida puta puta vida (reportajes, coautor Mario Escobar Velásquez, 1996), El último puerto de la tía Verania (novela, 1999), Estas 33 cosas (relatos, 2008), El último día de Gardel y otras muertes (cuentos, 2010), El sol negro de papá (novela, 2011) Barrio que fuiste y serás (crónica literaria, 2011), Tierra de desterrados (gran reportaje, coautor Mary Correa, 2011), Oficios y Oficiantes (edición ampliada con nuevos relatos), 2013; Viajando con los clásicos (ensayo, coautor Memo Ánjel), 2014; Escritores en la jarra (libro de ensayos y artículos), 2014. Historias inesperadas (crónicas) 2015; Las plumas de Gardel y otras tanguerías (crónicas y reportajes, 2015); Macabros misterios y otros ensayos (2016); Tango sol, tango luna (ensayos y crónicas, 2016); Sustantiva Palabra (ensayos literarios, 2017); Balada de un viejo adolescente (novela, 2017); Tiovivo de tenis y bluyín (narrativa periodística, 2017), Fútbol: vida, trampa y milagros (2018), Medellín, ¡cómo te siento! (2019). En 2012, la Universidad de Antioquia y sus Egresados, lo incluyeron en el libro titulado “Espíritus Libres”, como un representante de la libertad y de la coherencia de pensamiento y acción.

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