El Moulin Rouge con sopa de cebolla

(Crónica del barrio bohemio de Montmartre, cabarets y algo de erotismo)

Tiovivo y la basílica del Sagrado Corazón (Sacre Coeur), Montmartre. Foto Spitaletta

Por Reinaldo Spitaletta

Hay una colina de París, muy literaria, pictórica, artística y también política. Ahí está Montmartre, el de Dalí y Picasso, el de Hemingway y Miller, el de van Gogh y el último reducto heroico de los obreros de la Comuna de París, en 1871. Llegamos bajo un aguacero de otoño tras subir las escaleras de la estación Anvers, y darnos el recibimiento un oscuro cielo y un desfile de paraguas. Y desde un bulevar, elevando la mirada, vimos la colina, la iglesia del Sacre Coeur entre grisácea y blanca, y nos dispusimos a ir por calles empedradas, por lugares con bazares llamativos, en cuyos mostradores se había activado la venta de paraguas y otras buhonerías.

Estábamos en el barrio bohemio, en el tantas veces narrado y cantado, mojándonos y contentos bajo la lluvia. Ascendíamos a la colina sagrada, la de los antiguos druidas, y de pronto se abrió un paisaje en subida, la iglesia bizantina y románica, arriba, y unas escaleras que iban por lado y lado, también por el centro, trescientos peldaños. Vimos un funicular. Ya habíamos decidido ir caminando. Un primer encuentro sorprendente fue el de una pequeña feria, con un tiovivo (lo dicho en otra parte de estas crónicas, me persiguen los tiovivos).

Más que esa mole tremenda de la iglesia, con sus formas, cúpulas, historias, erigida allí tiempo después de la derrota sangrienta de los comuneros y más como una manera de aplastar la historia obrera y darle brillo a una burguesía, que, por lo demás, había cedido ante los prusianos, que la humillaron en su invasión a Francia, en 1870. Seguimos subiendo, nos detuvimos en un amplio atrio, divisamos la basílica y por uno de sus costados proseguimos la caminata, por calles de piedra mojada, y llevando en el estómago las anticipadas ganas de, a la hora del almuerzo, saborear una sopa de cebolla.

Calle del Calvario, en Montmartre. Foto Spitaletta

Seguía imaginando cómo pudo haber sido aquel bastión obrero, de los de la comuna que establecieron otra vez la República y suprimieron el Estado, el primer poder proletario de la historia. Nada me lo referenciaba. O quizá tanta lluvia no dejaba ver avisos y otras señalizaciones. A cuántos fusilarían allí las hordas burguesas de Thiers. Me acordé de lecturas antiguas de Marx y Engels sobre la Comuna, y de los escritos tremendos de la anarquista Louise Michel. “París sangrando al claro de luna, / Sueña en la fosa común”, decía Víctor Hugo. Imaginé la bandera roja de la Comuna y seguimos andando.

Llegamos a una placita, la de Tertre, célebre por la reunión de pintores y retratistas. La lluvia no estaba para dejar a estos artistas del rebusque hacer su labor, aunque algunos se atrevían en la llovizna y desplegaban sus caballetes. Por esas geografías, en el siglo XIX, había nacido el impresionismo. Más allá, estaba la Galería Dalí, sobre la rue Poulbot. No entramos. Buscamos un restaurante, casi todos atiborrados, hasta que vimos uno, muy bonito, fundado en 1900. Allí pedimos la sopa de cebolla, una delicia. Al salir, la lluvia había disminuido, las calles húmedas, las escaleras siempre listas. Bajamos por la llamada calle del Calvario (subirla, en todo caso, puede ser una osadía) y culebreamos por callejones en los que se aparecían galerías, grafitis, y de pronto, en las afueras de un caserón, junto a la puerta, como puestos ahí, al desgaire, había dos libros abandonados. Ya estaban mojados. Se acostumbra en París, según supimos, que algunos lectores, cuando terminan su faena, los ponen en lugares visibles para que otros los lean. Había uno de un autor escocés, Alexander McCall Smith, autor policiaco, The Importance of Being Seven, y otro de un tal D.L. Smith: The miracles of Santo Fico.

El célebre cabaret Molino Rojo. Foto Spitaletta

Continuamos el descenso por un barrio atractivo, con atelieres, galerías de arte, almacenes de antigüedades, un gato pintado en una pared… y desembocamos en el bulevar Clichy. Ibamos para la zona de famosos cabarets, como el Moulin Rouge, el Folies Pigalle, el Museo del Erotismo. Desde fines del siglo XIX, Montmartre, además de presencia de pintores, tuvo la de sitios de diversión, prostíbulos de fama y salas de espectáculos. La tradición continúa, y una buena parte de locales sobre el mencionado bulevar está atiborrada de tiendas de sexo.

Mi objetivo en este bulevar era llegar hasta el Moulin Rouge, por varias razones, además de las históricas y culturales. Voy a contar una pequeña historia. En plena adolescencia, un amigo del barrio El Congolo, en Bello, me regaló un libro, que antes fue de su padre: el Moulin Rouge, de Pierre La Mure. Era la vida del pintor Henri Toulouse-Lautrec y sus vivencias en el célebre cabaret de Montmartre. Se narraban escenas sobre el baile del cancán, las cabareteras, las amigas del pintor, los afiches que este realizaba… Me impresionó aquella obra, cuando todavía no cumplía los quince años.

Ahora estaba de camino hacia el Molino Rojo. Había a nuestro paso infinidad de avisos de sex-shops, pasamos por un lado del Folies Pigalle, continuamos por una senda arborizada en medio del bulevar y de pronto, a la distancia, divisé con emoción el aviso rojo y las aspas del molino. Me acordé de Toulouse-Lautrec, de su deformidad física, de su tragedia interior, de sus amores por las puticas, y ya estábamos afuera del célebre cabaret. Me embelesé viendo afiches, siluetas de bailarinas, anuncios, las taquillas, un portero de traje oscuro, un cuadro con la fecha de fundación del cabaret novelado, cinematografiado, pintado, 1889. En la taquilla me dijeron que no había entradas al espectáculo de la noche hasta después de una semana. Me quedé estupefacto. Nada para la Soirée Toulouse-Lautrec, ni para la Soirée Belle Époque.

Hall del Molino Rojo, en París. Foto Spitaletta

Volví a la acera, me embelesé con los letreros, imaginé al molino en movimiento y un viento del pasado me dio en el rostro. Vi a unas bailarinas, como muñequitas, con pestañas enormes, y otras, muy esbeltas y estilizadas, con tacones rojos, que elevaban con gracia su pierna derecha. Nada que hacer. Solo recordar partes del relato de La Mure (el libro me lo dio Chucho Hernández, con quien entonces jugábamos al fútbol y conversábamos en las esquinas, y años después, cuando se lo presté a otro amigo, desapareció para siempre).

Sentí una suerte de vacío. Y emprendimos el regreso por el bulevar Clichy. A buscar el Museo del Erotismo, situado en el 72 de esa avenida. Llegamos. No había nada. Había cerrado desde 2016 y nadie nos dio razón de si todavía existía en algún lugar. Quién sabe dónde estarían sus piezas, algunas muy antiguas, procedentes de la India y Tailandia, según supimos después.

Atrás iban quedando las tiendas sexuales, los avisos llamativos, algunos cafés, el viejo barrio caliente de Pigalle. Ya no se veía la colina del Sacre Coeur. Íbamos hacia la estación del metro para volver al centro de París. El último reducto de la Comuna ya era historia.

(Duodécima crónica de la serie Caminando por Europa. Mañana, el cementerio Père Lachaise y una obrera bellanita)

Aspecto de Montmartre, desde la colina donde está el Sacre Coeur. Foto Spitaletta

Esquina en sector de Montmartre, París. Foto Spitaletta

Publicado por Reinaldo Spitaletta

Bello, Antioquia. Comunicador Social-Periodista de la Universidad de Antioquia y egresado de la Maestría de Historia de la Universidad Nacional. Presidente del Centro de Historia de Bello. Docente-investigador de la Universidad Pontificia Bolivariana. Es columnista de El Espectador, director de la revista Huellas de Ciudad y coproductor del programa Medellín Anverso y Reverso, de Radio Bolivariana. Galardonado con premios y menciones especiales de periodismo en opinión, investigación y entrevista. En 2008, el Observatorio de Medios de la Universidad del Rosario lo declaró como el mejor columnista crítico de Colombia. Conferencista, cronista, editor y orientador de talleres literarios. Ha publicado más de veinte libros, entre otros, los siguientes: Domingo, Historias para antes del fin del mundo (coautor Memo Ánjel, 1988), Oficios y Oficiantes (relatos, 1990), Reportajes a la literatura colombiana (coautor Mario Escobar Velásquez, 1991), Café del Sur (coautor Memo Ánjel, 1994), Vida puta puta vida (reportajes, coautor Mario Escobar Velásquez, 1996), El último puerto de la tía Verania (novela, 1999), Estas 33 cosas (relatos, 2008), El último día de Gardel y otras muertes (cuentos, 2010), El sol negro de papá (novela, 2011) Barrio que fuiste y serás (crónica literaria, 2011), Tierra de desterrados (gran reportaje, coautor Mary Correa, 2011), Oficios y Oficiantes (edición ampliada con nuevos relatos), 2013; Viajando con los clásicos (ensayo, coautor Memo Ánjel), 2014; Escritores en la jarra (libro de ensayos y artículos), 2014. Historias inesperadas (crónicas) 2015; Las plumas de Gardel y otras tanguerías (crónicas y reportajes, 2015); Macabros misterios y otros ensayos (2016); Tango sol, tango luna (ensayos y crónicas, 2016); Sustantiva Palabra (ensayos literarios, 2017); Balada de un viejo adolescente (novela, 2017); Tiovivo de tenis y bluyín (narrativa periodística, 2017), Fútbol: vida, trampa y milagros (2018), Medellín, ¡cómo te siento! (2019). En 2012, la Universidad de Antioquia y sus Egresados, lo incluyeron en el libro titulado “Espíritus Libres”, como un representante de la libertad y de la coherencia de pensamiento y acción.

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